Me contaba un anciano de Cubla que recuerda, de cuando era pequeño, que al levantarse por las mañanas, la primera tarea de la casa era encender el fuego del hogar, para preparar el desayuno, calentar la casa... Y que su padre lo enviaba con una astilla de tea a buscar fuego, para intentar ahorrarse la cerilla. Me contaba que salía a la calle y miraba hacia los tejados para ver de cuál salía humo, y una vez localizado se acercaba a la casa y pedía que si le dejaban encender la tea. Con la astilla encendida regresaba a casa y encendía la leña.
Entonces los montes estaban completamente limpios, la necesidad de leña era constante: cada vez que se cocinaba había que encender o la cocina de leña o bien el hogar, en invierno para calentar la casa encendían la estufa, era precisa también, y en gran cantidad, para el horno del pueblo, en el que cocía pan y tortas todo el pueblo, al menos dos días a la semana.
Se hacían batidas de pinos (suertes) y a cada vecino le tocaba una parte. Además ya se encargaban de recoger todas las ramas secas que hubiera por el monte cuando escaseaba la leña en casa.
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